Ha pasado alrededor de cuatro meses, lo había olvidado hasta que "salió a flote" en una conversación. Mi novia siempre cuenta lo que ella vivió, pero hasta ahora jamás he contado mi punto de vista. NI siquiera a ella.
En mi paseo por Río de Janeiro, el último día antes de volver de las vacaciones fuimos a la playa. Llevamos nuestros snorkels, máscaras y aletas que hasta el momento no habíamos utilizado.
El mar estaba bastante violento, pero la gente en la orilla podía sambullirse en la ola mientras esta te arrastraba hacia la orilla. Me sambullí varias veces hasta el cansancio y era entretenido esperar la siguiente ola, una y otra vez.
Mala decisión uno: probar la máscara y el snorkel.
No logré acostumbrarme a caminar como pato con las aletas, así que sólo entré al agua con máscara y snorkel. El tubo no dejaba respirar bien y me cansé en un par de olas.
Volví a la playa, me quité el aparataje y volví al agua. Mucho mejor.
Mala decisión dos: probar sólo la máscara, sin el snorkel.
En su momento me pareció una idea fantástica. La máscara que me protegía los ojos de agua salada y arena, al tiempo que no tenía el tubo incómodo molestando.
Lo que no había considerado es que saber qué tan adentro del mar estaba la gente de alrededor daba una buena referencia para no meterse mar adentro. Con la máscara perdí toda esa visión periférica.
De pronto ya no podía tocar la arena con los pies, con un oleaje agresivo sumergiéndome cada vez más seguido. La máscara se empañó y no podía saber hacia dónde estaba la playa ni el momento justo entre olas para poder respirar.
Por un momento pensé: la siguiente será la última ola, porque me queda poco aire y no alcanzaba a tomar lo suficiente antes de hundirme nuevamente. "Mi padre se sentirá decepcionado de mi", pensé. Pero considerar que hasta allí llegaba todo no me desesperó en lo absoluto, de hecho me sentí tranquilo. ¿Por qué? ¿Por mi formación cristiana? ¿Mis recientes estudios en filosofía estóica? ¿Una combinación de ambas? No sé.
Una buena decisión: salir a toda costa.
Ahora parece una decisión obvia. Lo sé.
Mantener la calma fue vital. Me saqué la máscara que al final fue solo un estorbo. Pude nadar hacia la superficie, respirar lo suficiente y por fin saber hacia qué dirección estaba la playa. Gracias al entrenamiento rutinario que llevo hace años no me fallaron los brazos ni las piernas en mi afán por salir de allí.
Toqué arena una vez. Sin suficiente tracción, pero seguiría intentando. Otra y otra vez hasta que por fin pude apoyar los dos pies y una mano en la arena. Alguien hablando en portugués me tomó de la mano libre y me preguntaba si estaba bien mientras caminábamos hacia una zona donde no llegaran las olas. Le respondí que si, aunque no me creía, claro, tragué un poco de agua con sal pero en general estaba de lo más bien.
Mi novia apareció corriendo, me abrazó con desesperación, intentaba que yo también reaccionara de una forma similar.
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"Yo habría entrado contigo".
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¿Para qué? El mar te habría llevado a ti también. Mejor vamos a tomar una cerveza.
Pensaba vender la máscara luego del viaje, pero eso ya no sería posible. Fue lo que el océano me pidió en prenda para dejarme salir.
Cuando volvíamos a donde estaban nuestros quitasoles, una gran ola subió lo suficiente para llegar hasta allí y mojar mi celular (entre otras cosas), agua salada y electrónicos no se llevan bien, el celular murió sin pelear. El atlántico como tratando de darme un último adiós.
Lecciones que aprender:
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Mantenerse en forma. Nunca se sabe cuándo se necesitará pelear por la vida.
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Mantener la calma. Cuando un boxeador pierde el control de su mente, tiene la pelea perdida. Esto aplica en muchos ámbitos de la vida.
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Intentar mantener la lista de pendientes lo más pequeña posible. No se sabe si este será tu último día en la Tierra.
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Muchas veces es mejor ser un poco "aburrido" que hacer alguna estupidez que termine saliendo demasiado cara.
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