—¡¿Que los de la otra empresa hicieron qué?!
El grito se escuchó a cinco cuadras a la redonda y, seguramente, debió ser una auténtica sorpresa para todos los empleados que tenían a su jefa en mente como una mujer reservada que rara vez alzaba la voz.
—Tenemos la certeza de que vendrá una oleada importante de clientes, lo que ignoramos es si vamos a tener la capacidad para…
—¡Claro que tenemos la capacidad! ¡Y si no, la tendremos! —respondió tajantemente la mujer al sujeto de anteojos—. ¡Llama a junta ya mismo!
Aquella tarde el calor estaba insoportable y ni todos los aires acondicionados de la empresa trabajando al máximo eran capaces de evitar caldear los ánimos de Mastodon: de aquí a allá revisando el estado de los servidores; dando indicaciones a los técnicos auxiliares; estando horas y horas al teléfono tratando de convencer a nuevos inversores, porque al final siempre era reducir todo al maldito dinero. Le había tomado años establecer su pequeña empresa, iniciada más por hobby y un inocente sueño de querer cambiar el mundo, como algo que podía competir con los gigantes del sector. Y si la vida le estaba dando esa oportunidad para llegar a más gente, tenía que tomar las riendas.
Sin importar lo difícil que fuese.
Poco antes de las ocho de la mañana del día siguiente, el hombre marcó su asistencia en el checador de la entrada, tomó gel para las manos y procedió a subir por las escaleras para llegar a su oficina.
Se llevó un buen susto al notar que la puerta estaba sin llave.
Entró y miró a Mastodon rodeada de una pila de papeles, tras su ordenador, y bebiendo, por lo que podía deducir de la cantidad de sobres de azúcar sobre la mesa, su quinto café.
—¿Te… quedaste a dormir en la oficina?
Una mirada le bastó para saber que “dormir” no era la palabra adecuada en aquella pregunta.
—No paran de llegar.
Lejos de verse desesperada y con deseos de arrancarse el cabello, parecía decirlo con cierto aire de victoria.
—Igual te traigo algo de la máquina expendedora.
—Gracias, Eugenio.
La jornada laboral resultó peor que el día anterior: nadie se daba abasto porque los nuevos clientes no entendían del todo el servicio y no contaban con suficiente personal para explicarlo; apenas lograban cumplir la demanda les llegaba un nuevo pico que sobrecargaba el sistema y si intentaban canalizar la carga a otros servicios…
“¡Que no me voy a hacer cargo de esa gente!” gritó la persona al otro lado del teléfono antes de colgar.
—Pff, a este no le falta almacenamiento, le falta tener educación —musitó Mastodon antes de hacer otras llamadas.
Para cuando cayó la noche las fuerzas de todo el equipo estaban por los suelos y la solicitud de aspirinas por migrañas en boca de todos. El hombre se quitó los anteojos y talló los ojos, ciertamente estaba cansado, pero sabía que su superiora se había llevado la peor parte y no estaba dispuesta a admitirlo.
—Ve a casa, Mastodon, nada bueno va a pasar si te enfermas.
—He pasado cosas… peoooressss —respondió con un gran bostezo.
—Te vas a caer muerta antes que enferma, venga ya, que al rato nos cae una demanda por parte de la federación.
La mujer aún parecía renuente por dar el brazo a torcer. Eugenio suspiró.
—Vaale, me quedo a montar guardia por si volvemos a tener un pico y se cae el sistema de nuevo. Más te vale que el próximo bono de vacaciones nos deje darnos a todos lujitos en la playa.
—¡Si termino de amarrar ese contrato podremos ir de vacaciones a la luna si queremos!
Aunque se ofreció a llevarla en su coche, ella se negó, ambos estaban exhaustos y acordaron que lo mejor sería tomar un taxi. Salió del edificio y esperó un rato en la acera. No era la calle más concurrida de la ciudad, pero alguno debía pasar…
En cualquier momento…
…
¡Por las barbas de Stallman! ¿Por qué nunca aparecían cuando se les requería? Tal vez si caminaba un par de cuadras encontraría uno, o llegaría caminando hasta su casa. Lo que sucediese primero.
De pronto, una pequeña gota mojó la punta de su nariz, luego otra y otra. Antes de avispar lo que estaba pasando el agua se le vino encima y no llevaba paraguas. Corrió hasta un angosto callejón en donde pudo encontrar un refugio a duras penas.
Tal vez era momento de romper sus políticas de privacidad para bajar la app de taxis que operaba en la ciudad. Con eso ya nada iba a poder empeorar su día.
Extrañamente, dejó de sentir que esas gotitas le caían sobre la cabeza. Alzó la mirada y notó que un paraguas le cubría.
—¡Ara, ara! ¿Qué haciendo tan solita y de noche, Masto?
De acuerdo, sí podía empeorar.
—¡¿Qué haces tú aquí, Pleroma?!
—Negocios, negocios, tú no eres la única que trabaja hasta tarde, elefantita —echó a reír de manera burlona, moviendo sus peculiares orejas y cola de zorro al compás de su carcajada. Haberle regalado sus datos a la empresa de los taxis ya no parecía tan terrible pecado en su mente…
—Créeme que ahorita no estoy de humor para tus cosas —dijo poniendo la mano sobre su sien.
—No creas que no sé de la noticia, todos en el Fediverso lo saben, la elefantita es ahora toda una celebridad, ara.
—Te digo que no estoy para tus cosas…
—¡Bueno, bueno! Ya más tarde hablaremos largo y tendido del asunto. Deja te acompaño a casa, igual y me lo puedes agradecer otro día.
En otras circunstancias se hubiese dado la media vuelta para plantarle indiferencia a sus payasadas de siempre, pero la lluvia no tenía pinta de parar, estaba más dormida que despierta y quería plantar la cabeza en la almohada a toda costa. No le quedó de otra más que seguirla en silencio.
Caminaron a paso lento por entre calles de escasa iluminación, ya tendría que recordar mandar cartas al ayuntamiento para hacerlo notar. Por su parte, Pleroma no parecía preocupada en lo más mínimo, ella siempre parecía estar en su mundo sin dar bola a nadie más. A cada paso que daban lanzaba un bostezo y por momentos parecía irse de lado. También estaba muy cansada para notar que, pese a ello, era Pleroma la que iba a su ritmo.
Avanzaron varios metros, Mastodon parecía más un zombi errante que una persona viva. Para cuando se detuvieron brevemente y tuvo la ligera sensación de entrar a un lugar, pintó una gran sonrisa en su rostro pensando en la buena siesta que le aguardaba.
Solo que, para su desgracia, no habían llegado a su casa.
La sentaron en un banco, parpadeó varias veces y se tapó los oídos de lo estridente del ruido del lugar.
—Un momento…¡¿Me trajiste a un bar?!
—No un bar, elefantita, ¡el mejor bar de todo el Fediverso! ¡El Super Potion Club!
—Peor aún… me trajiste a uno de tus negocios de mala muerte… Al menos estás pagando impuestos… ¿cierto?
En vez de contestar, Pleroma ordenó “lo de siempre” para ella y “el especial de la casa” para su amiga.
No sabía si le molestaba más el saber la respuesta a su pregunta, que hubiese ordenado por ella o que la llamase “amiga” enfrente de toda esa gente de aspecto gamberro. Demasiado estrés para ese momento, terminó azotando la cabeza contra la barra.
—Normalmente la gente se toma una antes de que le hagan efecto, ¡eres increíble, Masto! —Dijo Pleroma entre risotadas, aprovechando que, de haber estado en sus cabales, le hubiese clavado esa mirada fría y penetrante que tanto le aterraba de ella. Apenas llegó la bebida, Mastodon se la tomó de una.
Abrió los ojos de golpe, una extraña sensación de calor le recorrió todo el cuerpo, sintió como el cansancio se le evaporaba del cuerpo y tuvo la ligera impresión de que si le daban una computadora en ese momento por fin podría hacerle frente a la competencia.
—¡Deme otra, por favor!
Pleroma echó a reír y a Mastodon no le importó porque, por más que a veces le enfadase su falta de seriedad en asuntos que lo ameritaban, disfrutaba la compañía de la gente que amaba de hacer su trabajo.
Creyó, con el subidón del alcohol en la sangre, que la labor de Pleroma era que otros riesen a su lado.
Aunque cuando la cosa se trataba de reírse de los demás, estaba más que dispuesta a darle una tunda.
—Debería haber ido también por Ai-chan, la pobre está que no ve la luz del sol desde que está con todo en su proyecto.
—¿Q-Quién?
—Misskey, elefantita.
Mastodon no pudo evitar disimular un leve gesto de desagrado con la mención de su nombre.
—¿Misskey si quiera tiene edad para beber?
—¡Ara, ara! Misskey tiene edad para muchas cosas, subestimas mucho a la pobre. Me pregunto si Lady Twitter se referirá a ti del mismo modo.
La mujer de cabellos azulados palideció con tan solo oír una mención tan atroz, imaginado a aquella detestable señora rodeada de sus lujos y excentricidades mientras sus empleados, casi en condición de esclavitud, le abanicaban aunque tuviese de sobra para gastar en aire acondicionado.
Volvió a terminar otro tarro de un solo trago.
Y en medio el ajetreo de la gente a su alrededor, hablaron. Hablaron de parte de las cosas que habían logrado recientemente. Todos en el Fediverso había oído de aquel “golpe de suerte” que había tenido el negocio de Mastodon, pero Pleroma no quería oír más de números en crudo en crudo y estadísticas.
Quería oír una experiencia real.
Y también quería presumir su más reciente adquisición: unas aguas termales.
Para ese punto habían perdido la noción del tiempo y el alba estaba cerca. Las carcajadas y sonrojos habían dado paso a un momento extraño, suspendido en los vapores de aquella cantina.
—¿No te da miedo, Pleroma?
—¿Miedo? —contestó con un leve bostezo, más cansada que preocupada por la pregunta. Mastodon encogió de hombros.
—Que al final… no importa cuando logres o cuán bien lo estés haciendo… que nada de lo hagas tenga un impacto de verdad.
Miró con cierto desdén aquel tarro que llevaba vacío ya un rato.
—Ah… tal vez sólo tengo miedo de echarlo a perder. No lo sé.
Pleroma también cambió su mirada, sabía perfectamente a qué se refería. Sin embargo, se negó a doblegar su sonrisa.
—Te preocupas mucho por lo que otros piensen. Sólo míralos a ellos.
Echaron un breve vistazo detrás, donde hombre y mujeres de aspecto rudo e intimidante seguían festejando y hablando como camioneros.
—Sé lo que piensas de esa gente, pero sigo defendiendo que todos tienen derecho a ser felices, aunque sea un rato —susurró la zorrita meneando su dedo alrededor del tarro—. La vida no es fácil para nadie.
Posó sus grandes y pizpiretos ojos azules sobre la sombría y agotada mirada de Mastodon.
—Mientras sigas disfrutando lo que haces, entonces vale la pena.
La joven empresaria sonrió genuinamente.
—Te diviertes demasiado, diría yo.
—Y tú no sabes divertirte —le contestó devolviéndole el gesto.
Un conocido de la zorrita se acercó a ella para preguntarle sobre unos asuntos y cuando terminó, volvió a mirar a su comensal.
Había caído rendida y babeante sobre la barra.
—¡Oye, Moon! ¡Ayúdame a cargarla a la parte de arriba!
El cantinero atendió al pedido de su patrona, entre los dos llevaron casi a rastras a la pobre, atravesando un mar de borrachos impertinentes hasta llegar a unas escaleras cercanas a un cartel que ponía “Poasada”. Subieron y atravesaron por un pasillo lleno de humedad, telarañas y algunas sustancias de dudoso origen. La renta ahí era tan barata que con lo que Mastodon había consumido en el bar tenía para cubrir una semana entera. Abrieron la única habitación disponible y la dejaron encima de un colchón mal trecho. Por alguna razón pensó que eso era más cómodo y viable que marcarle un taxi para que la llevara a casa.
Pleroma salió de aquella habitación meneando las orejas y la cola.
Cuando despertó había bastante luz atravesando por la ventana, sentía la cabeza dándole vueltas como si le hubiesen pegado un porrazo. Tenía algo revoloteando desde sus adentros, esa necesidad imperiosa de estar siendo productiva y una voz imaginaria taladrándole los oídos de los regaños por ir más que tarde a trabajar.
Cerró los ojos y lanzó un gran suspiro.
Tal vez Pleroma tenía razón. Quizá si necesitaba aprender a relajarse y disfrutar más de la vida…
Tal vez…
Revisó brevemente el móvil para ver la hora. Notó que la pantalla de inicio estaba plagada de notificaciones. Eran de Eugenio.
“EL SERVER PETÓ DE NUEVO” Mensaje enviado hace tres horas.
Pleroma se encontraba un piso arriba almorzando una deliciosa tanda de waffles con frutas y un café bastante cargado. Tenía la certeza de que aquel sería un día magnífico y que nada, ni siquiera el sonido de un cristal rompiéndose como si alguien se hubiese tirado por la ventana, iba a ser un impedimento.
¡Qué buena era la vida en el Fediverso!
Comments
No comments yet. Be the first to react!